La Historia del Taller

Historia del taller - Ardavín Relojes Medievales Siglo XV
Nuestra historia de “relojeros de la Edad Media” empezó en 1960

 

La historia del taller empieza en esa época en la que mi padre, Carlos Ardavín, fabricó su primer reloj mecánico mural de madera, el Matutinus. En esa época trabajaba como director de una fábrica de muebles y puertas de madera. Es ingeniero técnico y desde su niñez siempre adoró la mecánica. Ya muy joven fabricaba juguetes, sabía reparar los motores y hacía inventos que le valían la admiración de sus mayores.

«Tuvo la idea de hacer un modelo que funcionaría de la misma manera que los relojes medievales»

 

Mirando fotografías y dibujos de relojes antiguos en libros de historia de la relojería, tuvo la idea de hacer un modelo que funcionaría de la misma manera que los relojes medievales. Tal cual funcionaban los primeros inventos mecánicos para medir el tiempo del siglo XV.

Trabajó en este reloj y consiguió que funcionase correctamente. Se lo regaló a su hermano médico que lo colocó en su consultorio. Allí lo vieron sus pacientes, amigos y el resto de la familia. Muchas personas empezaron a interesarse en este reloj para decorar su casa.

¡El reloj tuvo un éxito enorme!

Así decidió dejar el trabajo como director de la fábrica y lanzarse a la aventura de fabricante de relojes medievales.

 

Realizó la versión de sobremesa de ese primer reloj, el Laudes.

Más tarde, en 1974, contrajo una hepatitis que le obligó a quedarse en cama durante tres meses. Aprovechó para hacer el proyecto de los relojes de hierro como el Vesperae mural o el Completorium de sobremesa. Estos relojes tienen unos sistemas bastante más complejos además de llevar un sistema de sonería.

En 1990, decidí trabajar con mi padre para continuar con este oficio que siempre me había atraído.

 

Había terminado mis estudios de restauración de arqueología en el que desarrollé la pasión por el perfeccionismo y el gusto por el trabajo manual y el dibujo, herramientas necesarias para practicar esta labor.

Nuestros relojes de escape centrífugo, el Ignatz y el Clausen, datan de esa época. Mi padre y yo trabajamos juntos para calcular los nuevos engranajes y dibujar todas las piezas necesarias para esos nuevos modelos.

En nuestro pequeño taller fabricamos todas las piezas que componen los relojes. Teniendo en cuenta los 23 diferentes modelos, el número de piezas que tenemos que fabricar gira en torno a las 300.

 

En el año 2015, mi padre dejó de trabajar en el taller dada su avanzada edad y yo decidí seguir con el oficio de relojería medieval.

Fue entonces que, entre mis ideas y los cálculos de Manuel Arias y Juan José Gonzale, ingenieros de producción , hicimos el diseño de nuestro reloj compacto, el Immanuel.

En la actualidad, trabajan conmigo en el taller Antonio y Ana, excelentes trabajadores que siempre aportan ideas muy útiles, nueva energía y buen humor. Es un placer trabajar con ellos.